El operativo parecía salido de una película: veinte mochileros camuflados cruzando a pie la espesa selva salteña, con casi 200 kilos de cocaína al hombro, en plena luz del día. Pero fue real. Y ahora, cuatro de ellos, incluido su líder, enfrentan condenas de hasta 10 años de prisión.
La escena tuvo lugar en los densos senderos de las yungas, a unos 63 kilómetros de la ciudad de Embarcación y a escasos 20 de la frontera con Bolivia, un punto crítico para el narcotráfico. Allí, en agosto de 2024, un grupo de gendarmes divisó a una caravana de mochileros saliendo del monte. No eran turistas. Llevaban mochilas mimetizadas, armamento, y un objetivo claro: transportar droga.
El Tribunal Oral Federal N°2 de Salta sentenció el pasado 11 de agosto a Ramón Bernabé Saban, el líder del grupo, a 10 años de prisión, mientras que Eduardo Aníbal Saban, Miguel Matorras y Juan Franco González recibieron 8 años cada uno, todos por transporte de estupefacientes agravado y tenencia ilegal de armas de fuego.
La selva como autopista narco
Los mochileros fueron detectados por tres gendarmes que patrullaban el paraje La Porcelana. El líder, con ropa de camuflaje y una escopeta en mano, abría paso a una columna de 19 hombres cargados con mochilas repletas de cocaína. No fue un hallazgo casual: el operativo se activó al instante, con apoyo de tres unidades del Escuadrón 52 de Tartagal, y una persecución a pie de 9 kilómetros que culminó en medio de la noche.
Al grito de “¡Gendarmería!”, los narcotraficantes huyeron desorganizadamente. En medio del caos, los agentes lograron detener a Ramón Saban y Matorras. Más tarde, el rastrillaje permitió la captura de Eduardo Saban y González, quienes se escondían cuerpo a tierra entre la maleza.
El hallazgo fue contundente: 195 ladrillos de cocaína, doce mochilas abandonadas, tres armas de fuego y evidencia de logística detallada. Los mochileros sabían moverse en la selva: guardaban comida en las copas de los árboles y utilizaban linternas iguales, mochilas camufladas y rutas previamente coordinadas.
Durante el juicio, la fiscal federal Lucía Orsetti desarmó la estrategia defensiva que pretendía hacer pasar el operativo como una simple excursión de caza. “Todos sabían lo que hacían. Esto no fue una coincidencia ni un paseo. Hubo un concierto de voluntades, tácticas compartidas y objetivos criminales”, señaló.
La fiscal también destacó la peligrosidad del operativo: “No solo es preocupante la cantidad de droga, sino también el contexto: veinte hombres armados, acampando en zona selvática, preparados para resistir o escapar”.
Aunque la fiscalía había solicitado penas aún más severas —hasta 14 años y medio para el líder— el tribunal consideró probado el dominio de los acusados sobre la droga y la estructura de la operación, y sentenció de acuerdo a su nivel de participación.
El caso expone nuevamente la modalidad creciente del “narcomochileo”, una práctica cada vez más común en las provincias del norte argentino, donde las bandas se aprovechan del terreno agreste y el conocimiento del monte para burlar a las fuerzas de seguridad.
Sin embargo, como lo muestra este caso, la selva ya no es garantía de impunidad.
Un mapa narco en expansión
Salta, Jujuy y Formosa conforman una línea caliente del tráfico de drogas desde Bolivia. En los últimos años, las fuerzas federales han intensificado operativos, pero la creatividad criminal avanza: mochilas camufladas, guías conocedores del terreno, señales auditivas, e incluso rotación de rutas para evitar ser detectados.
Lo que alguna vez fue una postal turística del norte argentino, hoy enfrenta una realidad más cruda: la selva también se ha convertido en campo de batalla del narcotráfico.
¿Y los otros 16 mochileros?
El operativo solo permitió detener a cuatro miembros de la caravana. Los demás escaparon bajo el amparo de la noche y el monte. La investigación sigue abierta. El resto del convoy, como muchas veces ocurre, se disolvió en la espesura… pero dejó una marca imborrable: la evidencia de que el narco se adapta, escala y se infiltra incluso por donde nadie lo ve.
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